Friday, August 25, 2006

KATARINO YEPÉZ • DEL AUTOELOGIO A LA AUTODIATRIBA



Veamos como este miembro de la cultura oficial subvencionada, de la frigidez abstracta, y pisando el umbral del sicoanálisis, pasa a convertirse en su propio adversario; él mismo se lee la cartilla y se da puñetazos en la cara.
Guachen nomás las reacciones instintivas del subconciente:

«Tú no escribes para desgarrarte o ser feliz. Tú escribes porque quieres poder. Para ti escribir es seguir tu carrera burocrática. Para ti escribir es publicar y tener ciertas amistades. Algo tan estúpido como participar en eventos, a los cuales no agregas nada. Para ti escribir es degradar lo que otros han hecho para sobrevivir en lo quemante helado o para avizorar las hondas alturas. Tú no tienes madre. Estás rebajando y quitándole el lugar a las personas que precisamente dices defender. Tú no eres más que una feminazi, un oportunista, un ex policía, tú sabes bien quién eres, y por eso haces todo lo que haces para ocultarlo. Degrádate todo lo que quieras pero no degrades esta actividad. Consulta su historia: es una historia de mujeres y hombres apostando todo. Agarra la onda: escribir no debe ser arruinado, y tú escribiendo degradas» [12.4.04].

Pobre güey. Cuando la metafísica no le funciona recurre a Freud. El fragmento citado es solamente un pingajo de lo que hay en su blog. Llegan por ensalmos esa clase de autorrecriminaciones; sin escarbarle mucho se pueden encontrar una veintena de esas exhumaciones inconcientes. Necesita el bálsamo de la confesión para no acabar reventado como un sapo aplastado por las llantas de un semai.



Ya se sabe que la actividad escritural es, también, un oficio como el que desempeña cualquier macuarro (panadero, el albañil, el mecánico, el carpintero), pero sin la utilidad social inmediata. Culero que viene a degradar es la presencia de especializados en cretinismos.

Ahora, considérese en corolario la siguiente transposición que revierte la felicidad, cuando la perversión dialéctica castiga con el sufrimiento y la marca fatal de haber sido parido en una chabola y crecido en cimborrios infestados de putas, puchadores y raterillos. Aunque, a decir verdad, el batillo, conservando su arrogancia de padrotillo de arrabal, recurre al mecenazgo pretendiendo descubrir la armonía bajo la confusión. El miedo lo cohibe y entonces se vuelve un chamaco «bien educado» (después será el dinero o el afán de gloria mediática).
Y al recibir una minúscula bocanada de aire triunfalista —debido a que gana un concursillo literario entre puros pendejos—, se siente el superhombre nietzscheano, una calidad intangible que nada tiene que ver con la honestidad.

(salen sobrando los comentarios acerca de la forma tan mezquina como se enquista en la ubre presupuestal y de la inmoralidad conque se conduce para estar de plácemes).

Sin embargo, la dicotomía clasemediera le impedirá encarnar el modelo social a que aspira. Acicateado por las contradicciones de clase, confusión ideológica —la quimérica e hipotética movilidad social— que lo conducirá a perseguir objetivos totalmente opuestos, no encontrara más salida para extirpar sus temores y preocupaciones que la rebelión romántica o mera acción de resistencia pequeñobuguesa. Más que conciencia de clase, instinto de clase.

Por eso el Yépez, ahogado en sus frustraciones y castrado de la conciencia de clase, se ha dejado llevar por la idea estúpida de considerar, genéricamente y en greña, a los escritores como elementos portadores de la degradación social.
He aquí, bajo la férula del positivismo más grosero, la percepción distorsionada del escribano:

«Provenir del lumpen permite cierta holgura ideológica, cierto libertinaje de enunciar la basura que somos. Provenir de las clases altas o incluso medias significaría para un escritor cumplir su actividad conociendo que al escribir mancha. Degrada. Esto es algo que la aristocracia aborrece, pues aristocracia significa poder de los mejores; los escritores, definitivamente, no somos parte de los mejores. El escritor no hace más que preparar estupideces, proferir contradicciones, embriagueces, saturaciones, manifiesto desvarío. Venir de lo peor, en su sentido más rastrero, la pequeña escoria —no la relevante—, por tanto, no tener nada que perder nos conduce a la escritura, este basurero. La mejor solución que le queda a alguien que descienda de campesinos, jornaleros, prostitutas, proxenetas, violadores, chicanos, alcohólicos, asesinos, desindianizados (Bonfil Batalla), polleros, mariguanos, pedófilos, esquizofrénicas o limpiaplatos, es decidir que si quiere seguir la tradición familiar e incluso empeorarla tiene que volverse escritor, es decir, pepenador disfuncional. Vaya chistecito»
[10.4.04].

Qué invención tan absurda; creer que la ambigüedad es objetividad. Con este precioso sistema de explicaciones vamos a llegar my lejos. Ahora entiendo porqué el bato alberga la creencia de que el CECUT y el IMAC son casas de beneficencia pública. Se apaña de las canonjías como las algas a las rocas, como el güitlacoche en el elote.

Así explaya sus dones de «pepenador disfuncional», y cuya «holgura ideológica» le permite estar presto a venderse a la reacción para que nazca, «ahí donde se oculta el criminal, la flor del nuevo día», como cantaba Víctor Jara.

Solipsismo de grueso calibre, campechaneado con neoescolasticismo y resignación fatal:

«... el yo no se constituye por la actividad singular, por el sujeto forjado, porque ese sujeto nunca se construye. El yo es el mundo en el que los posibles yoes se pelean, aunque ninguno de ellos pueda vencer por completo. El 'yo' como entidad singular no es posible; el yo no es más que el tiempo mismo (...) el yo es fantasmal...» [12.4.04].

Ahora, que el bato nos responda ¿de qué manera logrará cada individuo incorporarse al hombre colectivo, y en qué sentido la necesidad y la coerción habrán de transformarse en libertad?